lunes, 1 de diciembre de 2014

Mi romance con Enrique VIII


         Todas en cierto punto de nuestras vidas nos hemos topado alguna vez con un Enrique VIII, ya saben: aquel tipo de hombre que si bien no se encuentra dentro de los estándares más predecibles de la belleza masculina, no deja de tener un extraño atractivo y un carisma bastante irresistibles para los sentidos femeninos, tanto, que goza más de grandes amistades con puras mujeres y casi no tiene amigos varones.
Caballeroso, atento, seductor y tan tierno como un cachorro buscando la protección de su dueño, quejándose constantemente de lo mal que le ha ido en el amor y ofreciéndote consejos amorosos  como buen amigo, éste tipo de hombre te endulza todos los sentidos y te atrapa hasta hacerte desvariar... o mejor dicho, hasta que encuentra a otra chica con la cuál entablar una relación dejándote a la deriva sin respuestas concretas y con una incertidumbre tremenda.
Si ustedes no se saben la historia de éste rey levanta-pasiones ni siquiera en la versión Hollywoodense con Eric Bana, Scarlett Johanson y Natalie Portman, están reprobados en cultura pop.

Ahora, con ésta breve introducción histórica ya los he situado en mi contexto.


Mis queridos lectores, imaginaron bien: yo salí con un Enrique VIII y terminé como María Bolena (la preferida del rey que tenía todo para ser la reina de Inglaterra, de no ser porque se interpusieron en su camino tanto Ana Bolena, como Jane Seymour y otras tantas mujeres ante las que el monarca no se resistió).

¿Y cómo caí en las peligrosas manos de un chico de éste estilo? Todo se resume a las consecuencias directas tras el paso previo de un huracán afectivo que me dejó hecha un desastre emocional comparable al del tsunami de Japón en 2011.
Y es que después de dos turbulentas y tormentosas experiencias amorosas en que el saldo rojo reportado fui yo, cierta sensación de vacío y soledad me quedó como remanente en un terreno completamente devastado y árido.
No hay peor cosa que la indiferencia frente a alguien quien supuestamente juega un papel importante en tu vida, y ambos amores se desaparecieron de la mía sin anunciar su retirada, sin darme una razón del por qué tomaron la decisión de alejarse aún cuando lo teníamos todo para estar juntos y sin siquiera darnos las gracias por lo vivido.
Esa actitud de abandono indiferente me costó las mayores cicatrices emocionales cuyo fantasma a la fecha parece seguirme persiguiendo.

Ante la soledad, la tristeza y cierto despecho que sentía por los dos abandonos contínuos, de una u otra manera lo único que buscaba era calidez, comprensión y una compañía incondicional; y todo eso lo encontré en los brazos más inesperados y en la situación menos pensada.

Encontré mi sueño hecho realidad en un chico con el que si bien no tenía una amistad profunda, hallaba todo aquello que estaba buscando, o eso creía. Así fue como cierto día de octubre del año 2012 y por cuenta de un beso totalmente involuntario e implícitamente robado que nos dimos, se abrió la caja de Pandora que hoy en día tiene a mi terreno sentimental todavía más devastado que si hubiesen por ahí pasado las dos guerras mundiales.

Desearía no haber dado ese beso y desearía más que él no me lo hubiera dado, porque a partir de ese momento tuve 2 años en una gran montaña rusa más fluctuante y extrema de lo que cualquier juego de Six Flags.

Antes de éste Enrique VIII no tenía fe alguna en que una relación pudiera durar más allá de unas semanas, si bien nos iba, sólo unos meses; bajo esa premisa jamás creí verdad que él buscara mantener contacto conmigo tras la accidentada e inesperadamente romántica primera cita improvisada en el cine que tuvimos en diciembre del mismo año por cortesía de la película El Hobbit: un viaje inesperado.

Sin embargo, me continuó buscando de manera tierna y romántica durante toda la temporada navideña, en la que desafortunadamente estuvimos físicamente distanciados por estar en diferentes partes del país. Pero nuestras emociones y sentimientos estaban tan a flor de piel, que fue inevitable volarnos y hacer algunos planes para ahora que volviéramos a reunirnos... planes que tendrían que esperar por un poco más de tiempo, porque aunque realmente estaba emocionada e ilusionada con éste chico, el pasar la temporada navideña alejados suponía la prueba piloto que precedía nuestra más prolongada separación de 6 meses: él se iba de intercambio a otra parte del mundo! y sin importar que fuese a un país sudamericano (saludos, Colombia!), no dejábamos de estar lo suficientemente lejos como para poner a prueba nuestros recién descubiertos sentimientos de uno por el otro.
El día que nos despedimos, antes de su partida lo recordaré como un momento del cual hasta los protagonistas de The notebook tendrían envidia; Enrique VIII y María Bolena con su romance en pleno apogeo y una cercanía íntima envidiable.


Yo era la elegida del rey.


Durante esos 6 meses a distancia, no pensé que éste vínculo pudiese funcionar, pero mi fe fue puesta a prueba y logramos nuestro cometido! Así que la consecuencia lógica era que me pusiera emocionada a esperar que ese intercambio llegara a su fin y regresara mi Enrique VIII para retomar lo que teníamos.

Y él en verdad parecía tan decidido, que sólo era cuestión de días para recibirlo.
Llegó el tan ansiado mes de julio y... las cosas comenzaron a dar poco a poco un giro muy inusual y progresivo hacia situaciones no deseadas.
De entrada, noté a Enrique VIII algo distante, retraído y ya no tan decidido a algo conmigo, cosa que no me podía explicar.

Traté de comprender que quizá estaba así debido a que se encontraba tratando de retomar su vida cotidiana en el país tras tanto tiempo de ausencia, por tanto elegí darle espacio y no atosigarlo.
Cuando nos reencontramos todo fue romántico, sí, pero la atmósfera del encuentro estaba muy difusa respecto de nosotros.

Poco a poco crecieron mis dudas ante sus intermitentes muestras de afecto, y comencé a sentir tremenda inseguridad afectiva, porque un día era cálido y los 6 restantes estaba él ausente.
Entonces ésta María Bolena comenzaba a ver amenazada su felicidad con el rey.

Poco a poco fue creciendo la distancia, y pasamos mes y medio sin hablar pero sin dar nada por terminado, así que en mi curiosidad volví a comunicarme con Enrique VIII para saber qué estaba pasando.
Cabe decir que todo el periodo de trámites y preparación de mi examen profesional lo pasé viviendo esa desolación parcial e incertidumbre, ambos regalos del rey.
Debí sobreponerme a lo mal que me sentía y continuar con lo mío.

Para mi sorpresa y después de algunas pláticas volvimos a reestablecer el contacto y de paso volvimos a salir.
Regresó a nosotros la atmósfera romántica parecida a las primeras citas; Enrique VIII y María volvieron a ser los que eran y yo me sentía de ensueño.
El romance, la calidez y la intimidad crecieron... nuestro vínculo parecía sólido, ideal, perfecto.

Antes de despedirnos de tan hermoso encuentro, el rey prometió honrarme con su presencia en un día tan importante para mí como fue mi examen profesional y yo le tenía como muestra de agradecimiento un lindo detalle sorpresa.

Llegó el esperado día lleno de mil emociones, donde toda mi gente querida se reunió y eso me hizo muy feliz.
Pasaban los minutos y Enrique VIII no hacía su aparición.

Y no apareció.

Sopló de pronto un viento frío y no me quedó mas que guardarme el detallito que había preparado, tomarme fuerte de mi amor propio, y presentar con tanto coraje y sangre fría un examen tan perfecto como fuera posible, que me valió la mención honorífica. Mis mejor amiga me dio un fuerte abrazo para confortarme tras el desaire recibido por la ausencia de ese "alguien importante" para mí, a quien al parecer no le había yo importado ni tantito.

Horas más tarde al fin apareció el rey para disculparse por no haber estado presente con excusas que francamente me decepcionaron más que si no me hubiera dicho nada.
Comenzaron a acrecentarse las señales que hacían visible mi destronamiento, pero una parte de ésta ingenua María Bolena aún quería creer en el rey y estaba dispuesta a perdonar y dar amor.

Decidí entonces pasar éste incidente por alto y continuó la comunicación con el moderno monarca.
Fueron días de intenso mensajeo, mucho cariño y más tontas ilusiones.

Aún así durante diciembre, enero, febrero y marzo seguí sin ver algo concreto, algo que me indicara que podía dar otro gran paso y entregar mis sentimientos con toda la seguridad del mundo.

María Bolena se sentía a morir de la indefinición de su rey y así fue como decidió confrontarlo.
Ya que él me ponía uno y mil pretextos para no vernos en persona y hablar, debí hacer lo que más detestaba y confrontarlo por inbox (el amor en tiempos de Whatsapp y Facebook, señores) planteándole que las cosas entre nos ya no estaban funcionando, y sugiriendo que mejor tomáramos una separación porque estaba visto que no iba a funcionar.
Enrique VIII siguió con la postura de que continuáramos intentándolo, saliendo más, conociéndonos más y que después de rato, entonces ya podríamos tener la relación como tal.

Juro que de verdad me sentí como María Bolena durante su embarazo, esperando ilusionada para tomar el lugar que legítimamente me correspondía en el trono real.

Sin embargo, me quedé esperando porque jamás le vi la iniciativa de comenzar con lo acordado, y por cerca de dos meses nos incomunicamos.
Tenía un horrible sentimiento de culpa por cada día que pasaba sin vernos ni hablarnos por lo menos, como si yo fuera la causante de lo mal que avanzaban las cosas.

Lo más lógico habría sido insistirle y buscarlo, pero soy de esas personas que considera que si la otra parte no se acerca, no te busca y no te habla, es porque busca su espacio y tiempo o bien, porque simplemente no le interesas; además no me gusta andar atosigando o persiguiendo a alguien.
Las búsquedas, las salidas, el compromiso, todo tiene que ser bilateral y recíproco porque si no como bien dice Jodorowsky: cuando el amor es sólo de uno, entonces no se trata de amor sino de un necio queriendo aferrarse a sentimientos no correspondidos.

Pasaron abril y mayo, y al no ver ninguna señal de vida de Enrique VIII, entendí que hasta ahí había llegado todo y afligida, decidí continuar mi vida con la mayor normalidad posible. Me concentré en echar a andar mi profesión y me consentí metiéndome a hacer ejercicio.

En esas fechas es que decidí justamente abrir éste blog, para compartir con ustedes mis muy características experiencias (tal como ésta) a modo de catarsis.

Todo iba bien, me sentía maravillosamente conmigo misma, habían muchos progresos personales y estaba sumamente emocionada de estrenar éste maravilloso espacio cuando....
Llegó el 1 de junio.
Recuerdo perfectamente ese día porque fue cuando hice mi primera publicación aquí.
De pronto tenía mensajes de Enrique VIII!!

Yo estaba atónita. Creí que el rey ya andaba conquistando otras tierras y lo nuestro era archivo muerto, pero no.
Preguntó cómo me encontraba y me reclamó por no haber sabido nada de mi en tanto tiempo... para luego soltarme la bomba:

-¿Cuándo nos vemos?

No lo podía creer. ¡Se había ausentado sin mayor reparo para pretender hacerse presente de la nada! y además con qué descaro.

Solté una carcajada y me hice la difícil ya que ante mí habían dos posibilidades:

Ignorar y dejar del lado la diversión o tomar su propuesta y divertirme con él.
Me fui por la segunda opción, estúpidamente.
María Bolena la noble e incondicional tonta ganó.
Así que para los tiempos del mundial salimos, ¡y realmente estuvo genial! todo parecía tomar un rumbo muy positivo para reanudar esa propuesta de salir más y conocernos más.

El rey era divino conmigo, no podía quejarme. Aunque poco duró tanta dulzura.

Julio, agosto y aun septiembre fueron meses de amor y ternura, incluso él me habría invitado a hacer algo por mi cumpleaños.
Desafortunadamente septiembre fue el mes que más ocupado tuve (¿coincidencia o destino?) por lo que para mi mala suerte tuve que postergar mi encuentro real.
A la par de los festejos en que mi familia me acaparó, llegó un muy querido amigo colombiano y le di prioridad para vernos. 

Seguía comunicándome cariñosamente con Su Majestad, cuando algo comenzó a hacer que me temblara el piso.

Una singular muñeca regiomontana que comenzaba a saturar el muro de facebook de éste hombre con cositas cariñosas.
Traté de ignorar éste hecho, y como pude hice tiempo para al fin tener la cita que había quedado pendiente con Enrique VIII; sin embargo, a su vez que comenzaba a incomodarme la aparición de la chica norteña y sus melosos mensajes, también pude notar que éste hombre estaba saliendo mucho con otra conocida mía a decir por algunas publicaciones suyas de Facebook; Ana Bolena y Jane Seymour estaban apareciendo para destronarme.

¿Qué diablos estaba ocurriendo? 
Traté de tranquilizarme y continuar en lo mío con el rey, cuando las demostraciones de amor de la niña Monterrey iban en aumento, hasta el punto en que simplemente no pude más y tuve que pedirle a Su Majestad que nos viéramos en persona para hablar.

-Tenemos que hablar.

La respuesta del valiente monarca? : 

-Nooo! Esa expresión es muy fea. Todo bien? No me gusta que me digan eso, porque generalmente me la dicen cuando algo malo hice, y eso me deja pensando en qué pudo haber sido eso.

Dio muchos rodeos y puso mil pretextos para evadir el hablar conmigo en persona, a lo que yo me sentía agonizante. Merecía una explicación, respuestas, al menos una disculpa! 
De acuerdo con ésto, el rey y yo todavía seguíamos juntos e íbamos para dos años así, dado que ninguno hasta ese momento se habría pronunciado por terminar el vínculo que teníamos.
María Bolena estaba ya en vísperas de ver su fin como favorita para reina.

Lo único que estaba obteniendo eran evasivas, y pasé días y días llorando.

No pude más y solté todo lo que sentía por inbox:

-Ésto no funciona. Ya ha pasado mucho tiempo y lo nuestro no tiene ninguna dirección concreta, no sabemos hacia donde vamos. 
Si estás saliendo con alguien más, no puedo objetarte nada, dado que por dificultad de tiempos no podemos vernos tan frecuentemente (vil mentira, no nos veíamos con frecuencia a falta de voluntad suya), sin embargo sólo te pido que me lo digas directamente.
Seamos adultos y despidámonos de frente y con dignidad.
Te agradezco de antemano por dos años de compañía.

Fui concreta, pero el rey seguía evadiéndome, incluso ni siquiera me contestó éste mensaje. Mi angustia era tanta, que debí hacer lo que odio y casi lo obligué a leer y contestar lo que le había enviado. 

Pero antes que pudiera pasar algo más, para la mala suerte de su Alteza real, me encontré con publicaciones muy cariñosas que él le dedicaba a la nena Monterrey, una de ellas lo suficientemente gráfica para considerar que Enrique VIII estaba ya procediendo a tener algo con Jane Seymour del norte y prácticamente abandonaba a María Bolena. (Con la otra chica no sé qué habría ocurrido, pero sinceramente espero que se de cuenta de la minita con quien estaba saliendo y que la estaba ilusionando nada más).

No pude más. Ante ésto mi pecho comenzó a dolerme, contuve el aliento y me solté a escribirle en Whatsapp todo lo decepcionada y herida que me sentía:

-Así que mis corazonadas se confirman y sales con alguien más.
Esperaba que respondieras a mi mensaje y de una vez lo aceptaras, pero veo que después de todo nunca te importé.
Ahora veo lo desproporcionado de las cosas; ahora sé quién quiso más todo éste tiempo o mejor dicho, quién fue aquí la tonta.
Y desde cuándo estuviste saliendo con ella? digo, para calcular el tiempo aproximado que insultaste a mi inteligencia.
Les deseo lo mejor. Ah! y a ella no le hagas lo que a mí, sé consistente, no le des falsas esperanzas.
Nunca me quisiste. 

Así empezó éste noviembre.

Me fui a acostar con el corazón partido; me latía tan fuerte, que hasta podía escucharlo, ya que incluso mis oídos latían con gran fuerza.

De pronto escuché a mi teléfono vibrar contínuamente; era Enrique VIII llenándome de explicaciones, pidiendo que lo atendiera. 

Yo estaba tan lastimada que preferí apagar el teléfono y tratar de dormir. 
Abrí Facebook, donde también tenía mensajes suyos, pidiendo que no le ignorara y que habláramos.
Me costó días de reflexión, pero al final y aprovechando el tormento que suponen las palomitas azules de Whatsapp, tomé valor para abrir sus mensajes.
A resumidas cuentas, el rey negó estar saliendo con alguien más, a su vez que me agradecía por esas experiencias totalmente nuevas y emocionantes a mi lado; que le entristecía que nuestras vidas se estuvieran distanciando la una de la otra, y por último me pedía que no termináramos mal.

Aquí María Bolena tuvo una gran encrucijada:

¿Escucharía a mi orgullo o apelaría a mi piedad?

Ganó la piedad y él me pidió que fuéramos por un café y platicáramos al respecto. Le dí garantía de audiencia y el día que habíamos quedado, me salió con otro pretexto estúpido, a su vez que la señorita regiomontana le escribió cosas más subidas de tono.

¿Pues de qué se trataba? 
Yo no soy la tonta de nadie. 
Lo confronté nuevamente, y se la dejé ir:

-¿Sabes algo? definitivamente ya no quiero tener nada contigo.

Enrique VIII se trató de hacer desentendido, pero le reproduje literalmente lo que una noche antes me había él dicho:

-Yo no quiero perder lo que tenemos, todo lo contrario.
Quiero que nos demos la oportunidad de seguirnos conociendo y hacer lo que nos faltó.

Y a ello le añadí las románticas publicaciones de la Jane Seymour regiomontana, como soporte de mi postura, agregándole: 

-Ya no quiero saber nada de ti.

El rey trató de explicarme que las cosas no eran lo que parecían y le creo: resultaron ser mucho peores.

Yo estaba ahora sí destrozada; lo bloquee de Whatsapp para evitar seguir leyendo tantas mentiras, y con los sentimientos hechos trizas dí de baja mi cuenta de Facebook, refugiándome en la que actualmente tengo y donde él no está.

Él ya no pudo escribirme nada. 
Comencé a llorar sin control, sumamente dolida, afligida, decepcionada.... 

Hasta que a eso de la ! de la mañana recibí un sms suyo, explicándome que a dicha Jane Seymour apenas la había conocido, que si ellos se trataban como "amore" y demás apelativos cariñosos (a mí tardó en darme un maldito sobrenombre cariñoso alrededor de año y medio) era porque diario se comunicaban (así o más evidente; conmigo ya no se comunicaba con tal frecuencia), pero que no obstante de eso, no eran más que amigos.
Nuevamente hizo énfasis en decirme que no quería perder lo que nosotros teníamos y que quería acrecentarlo, pero que respetaba si estaba ofendida y no quería yo hablare.
Finalizó con un Te quiero más falso que la declaración pública de la Gaviota sobre su patrimonio.

Las heridas ya estaban hechas y me habían dejado al borde de la muerte afectiva.
Todavía al día siguiente me recalcó que me consideraba "una persona muy importante" para él y que no quería estar mal conmigo... Demasiado tarde, Enrique VIII

Deja tú de que María Bolena te ha dado el adiós para siempre, tú y Roma han roto relaciones para siempre.

Para ser tan importante según éste personaje, parece llevar un romance facebookero tan descarado con Jane Seymour; tal parece que incluso, pasarán juntos el cumpleaños de la Alteza.

Con Jane, a quien conoció hace sólo dos meses y medio, ha sido más cariñoso que con María Bolena, quien le dio ilusiones, desvelos, risas, amor, pero sobre todo tolerancia, respeto, su valioso tiempo y corazón por 2 años, y a quien, a diferencia de Jane, mantuvo todo ese tiempo en secreto y la abandonó en sus momentos más importantes.

Por fortuna y a un alto precio debí alejarme de ésta persona. 
Tal como María Bolena, me retiro a la tranquilidad del campo con un hombre que de verdad me ame; o bueno, en estos instantes qué más da si me retiro en soledad un buen rato.

Pobres de las reinas que me sucedan, enfrentarán la decapitación emocional.

Lección aprendida: 
Cuidado con los hombres víctimas malaventuradas del amor; no sabes tú realmente si en realidad sean ellos del tipo de Enrique VIII.

Suerte a mis sucesoras! 




Emma.













































No hay comentarios:

Publicar un comentario