Mi aventura perdida en Tinder.
Ten paciencia, el bueno ya te llegará.
Esa frase me ha perseguido hasta 2 años y medio después del trágico final amoroso en que el susodicho Summer me dejó como a Tom en "500 días con ella", con el paisaje emocional desdibujado, incoloro y lúgubre.
Durante dicho periodo de tiempo, decidí sanarme emocionalmente, enfocarme totalmente a mi, a mi crecimiento personal y profesional, y en éste ámbito las cosas han marchado mejor de lo que había planeado.
Mi temporada romántica se había mantenido en un mar en calma, con tremendo silencio sepulcral. Por supuesto, pretendientes no me habían faltado, lo que me faltaba era tener interés en ellos, ya que ninguno se me hacía atractivo, interesante, cautivador...
Mis opciones para salir se reducían a tener que dejar de ignorar a ex compañeros de la facultad de derecho que jamás me interesaron, ex compañeros de preparatoria a los cuáles jamás dejaré de ver como sólo hermanos, a conocidos del trabajo cuarentones o cincuentones divorciados, o buscando una aventura extramarital con una de veintitantos, o bien, aventurarme a que un chico guapo me coqueteara en alguna circunstancia imprevista, para que, como en el caso de la canción "you are beautiful" de James Blunt, no lo volviera a ver otra vez... Terriblemente desolador el panorama.
Tras contemplar lo anterior, decidí renunciar por completo a involucrarme románticamente.
Observaba cómo las parejas se reunían en determinado punto de la coqueta zona de las Cibeles o en un lindo café de la Condesa, mientras yo pasaba ese mismo tiempo acompañada de mi soledad.
En mis reflexiones internas, pude notar que incluso, había olvidado cómo se sentía tener esos nervios y emoción de haberte quedado de ver con tu crush para tener la tan esperada primera cita.
Hace poco menos de un mes, comencé a sentirme un tanto harta de ser forever alone, y también lo suficientemente sana como para regresar a las andadas del dating, por lo que, ya que mi vida real no me traía opciones interesantes para conocer, decidí echar mano de la tecnología, descargando la famosa app Tinder.
En un momento de aburrimiento extremo, abrí mi cuenta y creé mi perfil.
Mi objetivo principal era tomar a dicha aplicación como un experimento social que me confirmara o descartara las hipótesis que tenía acerca de mí y de los prospectos que podía atraer.
Mis preguntas primordiales fueron: ¿acaso es posible que aquellos hombres que son mi tipo se fijen en mí? y ¿será que por alguna vez en mi vida tenga la oportunidad de salir con un chico guapo e interesante que en verdad me interese? ¡Por dios! yo tengo tanto que ofrecer como para merecer buenos prospectos que de verdad me gusten, y verme correspondida por ellos: profesionista, independiente, autosuficiente, buena cocinera, buen sentido del humor...
Como dice Beyoncé en su canción Why don't you love me:
I got beauty, I got class
I got style, and I got @ss
I got style, and I got @ss
Como notarán, mi hartazgo de haber estado atrayendo sólo a aquellos que simplemente no me interesan ya era demasiado, por lo cual puse manos a la obra, y subí mis fotos más coquetas al perfil.
Aclaro, que a diferencia de otros perfiles, jamás me mostré en bikini o semi-desnuda; sólo elegante y fashionista, tal como soy, y junto con mi elegante descripción, dejaba claro que yo no era material para un One night stand.
Y comencé a tratar de entenderme con la aplicación: a la izquierda los rechazados, a la derecha los que me fueran gustando.
Los primeros 30 minutos usando Tinder me causaron decepción: ¡no había nadie guapo ni interesante! Pero no me rendí y seguí hasta que encontré a los primeros candidatos que llamaron mi atención. En mis primeras selecciones, con gran esperanza ví que hice Match con una gran mayoría de ellos, y que por cierto, tuve bastante pegue con extranjeros, y sorprendentemente con gringos.
Cuando se da un match, que supone que tanto tú como la otra persona se gustan mutuamente, se abre el famoso chat privado para comenzar el coqueteo. Decidí tomar la iniciativa y mandé mensaje a aquellos que me gustaron más sobre los otros (en realidad no pasaron de 5 candidatos), y recibí respuestas inmediatas!
Me metí más aún en el juego y comencé a conocerme con ellos, y el filtro de selección se hizo aún más exclusivo, de 5 sólo con 2 tuve mayor química. Curiosamente, los 2 eran gringos.
Por respeto a sus identidades, omitiré hacer uso de sus nombres, y me limitaré únicamente a describir su apariencia física sin tanto detalle, si así se requiere.
El primer chico que conocí, Jett, tiene 27 años y es profesor de inglés en un colegio muy exclusivo en la Condesa.
Durante el tiempo que conversamos por el chat de Tinder y posteriormente en Whatsapp, la química fue extraordinaria. Ambos complementábamos perfecto nuestro humor ácido, y el hombre era extremadamente gracioso y lindo, no olvidando mencionar que es apuesto, al menos para mi gusto (delgado, alto, rubiecillo, ojos verdes, lindas facciones y sonrisa contagiosa).
Tras unos días, por fin quedamos para reunirnos en Condesa a tomar un café.
Por fin volví a sentir esa adrenalina de estar a punto de tener una primera cita con tu crush: latidos acelerados, muchísima curiosidad...
Al verlo, ¡era realmente tal como lo esperaba! Por fin estaba por tener una cita con un chico totalmente a mi gusto, que a su vez también estaba interesado en mí.
Tras la acostumbrada charla introductoria (por qué estás en Tinder-qué te gusta y qué no-y algún otro dato interesante), sin más tomó mi mano y comenzó a acariciarla (y mi corazón volvió a acelerarse como nunca, mientras la gente a nuestro alrededor nos miraba con curiosidad)... todo parecía más que perfecto... excepto por el pequeño gran detalle de que yo debía volver a la oficina a continuar trabajando.
Jett me fue a dejar a mi oficina, pero en el trayecto, viví lo que por años no había hecho ni sentido. Me tomó de la mano, y al despedirnos me quitó la maldición de la jamás besada, al besarme.
No pasaron ni 10 minutos cuando me mensajeó agradeciéndome por el mejor tiempo que había pasado y fue conmigo! y pidiendo volverme a ver de nuevo lo más pronto posible.
Por fin entendí que, en contraste con mis fallidas experiencias pasadas, yo no era el problema, porque pude demostrarme a mí misma que tengo buen potencial para hacerle pasar a alguien un buen momento en una cita.
En fin, que por suerte mi agenda del día siguiente quedaba libre para salir, y decidí tener una segunda cita con Jett.
El plan comenzó tierno y chocantemente romántico, hasta dar un giro total conforme se presentaron las circunstancias.
Jett tenía por idea inicial invitarme a su departamento. Desde luego, entendí la intención de las cosas y no cedí, y negocié el quedar de vernos cerca de donde vive, pero en un lugar tan público y neutro como fuera posible.
Las cosas iban geniales. Yo tenía un prospecto de galán gringo muy lindo y complaciente.
Desafortunadamente comenzó a llover muy fuerte, y no tendríamos más refugio que... su departamento.
Al pasar, debí ingeniármelas para no caer en arrebatos pasionales totales; todo a su tiempo, nada pasaría en la segunda cita.
Jett comenzó a precipitarse demasiado, y le puse un alto. ¡Ésto iba demasiado rápido!
Tan ingenua, yo aún no entendía la verdadera finalidad de la mayoría de los chicos que andan en Tinder, y le dí un trato de prospecto de novio, diciéndole que quería que nos fuéramos despacio, que nos conociéramos más.
Pese a que él cedió a lo que yo le pedí sin problemas y siguió cariñoso, comencé a notarlo serio y callado. ¿Alguien me explica dónde quedó el sujeto lindo, gracioso y elocuente con el que había salido el día anterior?
Con todo ello, él aún tuvo la atención de irme a encaminar rumbo a casa, y me mandó mensajes en la noche agradeciendo por un magnífico momento juntos; pese a eso, me comenzó a invadir la confusión e inseguridad, al grado en el que llegué incluso a pensar que me había bloqueado de Whatsapp, teoría que descarté cuando me mensajeó de nuevo, pero cada vez menos constante y más breve y seco.
Y así nos fuimos alejando, hasta que le perdí el interés completamente.
A la par de Jett, también había comenzado a platicar con otro chico con el cuál sentí también una asombrosa química: Steve.
Con tan sólo 4 años menos que yo, las conversaciones iniciales fueron bastante buenas, al punto en que la diferencia de edades era totalmente insignificante.
Steve me pareció un chico fascinante: apuesto, con una linda sonrisa, una mirada intensa y cautivadora, divertido, con un humor genial e irresistiblemente seductor.
Ya que las cosas con Jett no habían funcionado y no había intención alguna de retomar ese asunto, me aventuré al 100% con Steve y quedamos de reunirnos para conocernos.
Nuestro primer encuentro fue en mi alma mater, que es curiosamente donde él estudia ahora, y de ahí a cenar a un sitio más relajado para conocernos con calma.
Durante la cita me sentí increíble. Él en todo momento fue muy divertido, su conversación me mantuvo con bastante interés y por si fuera poco, me trató de una forma como antes jamás me habían tratado los chicos con los que salí hasta antes de él. En resumen, estaba fascinada.
Desafortunadamente la agenda de trabajo para el día siguiente me exigía empacar para salir del país, por lo que debí acortar tan buena cita, no sin antes tener una despedida inolvidable tras una noche divertida y memorable.
Después del acostumbrado beso de despedida, aún mantuvimos la comunicación hasta el fin de semana en que nos veríamos de nuevo. ¡Yo ya no podía esperar!
Nuevamente confié en Tinder.
Llegó ese esperadísimo fin de semana, curiosamente dos días antes de mi cumpleaños #26, y yo me encontraba con expectativas muy positivas acerca de esa cita con Steve.
Él me recogió en su auto, y me encontraba disfrutando tanto del viaje, que no fue sino hasta medio camino que recobré la razón y le pregunté hacia dónde nos dirigíamos.
Vaya sorpresa al conocer su respuesta: iríamos a su casa.
Nuevamente entendí hacia dónde tomarían dirección las cosas, pero ésta vez algo pasó por mi interior, quizá curiosidad, quizá deseos de aventurarme, de arriesgar, de experimentar, de hacer algo loco, además de la fascinación que tenía con Steve, que ésta vez decidí dejarme llevar y ver qué era lo que pasaba.
Nos dirigimos a su casa, situada en un lugar bellísimo, que parecía un suburbio tipo los Hamptons, rodeado de vegetación. El día estaba conspirando a nuestro favor, tan soleado, despejado, tan perfecto.
Y comenzamos un idilio único. La mujer hecha glaciar por años, por fin comenzaba a recobrar su calor humano con cada acercamiento, con cada caricia de Steve.
Fueron unas horas increíbles a su lado. En todo lo que había vivido por estos últimos 25 años jamás me había sentido así.
Aún al momento de despedirnos me sentía increíble; era un buen pre-inicio de cumpleaños.
Conforme avanzaban las horas, el romance dejó de tener los efectos en color rosado, y me empezó a invadir la confusión.
Ese día me aislé completamente para tratar de entender todas las emociones que estaba experimentando. El día de mi cumpleaños se recrudeció aún más todo ese sentimiento de inseguridad, de fragilidad emocional y de confusión. ¿Qué diablos estaba pasando?
Pasé un cumpleaños lindo, emotivo, pero en condiciones emocionales sumamente delicadas. No lograba procesar nada de lo que había pasado.
¿Cómo era ésto posible si yo ya me había curtido con cada experiencia pasada? ¿No se suponía que yo ya estaba lo suficientemente fuerte para afrontar cualquier posible escenario que me presentara el aspecto romántico? Pues no era así.
Los fantasmas de mi pasado fueron reapareciendo uno por uno; mis miedos se materializaron nuevamente, y presa de esa nublazón de juicio, no me permití tomarme más tiempo hasta calmar mi agitado mar emocional para actuar congruentemente con lo que yo quería tener con Steve.
Yo sólo buscaba a alguien con quién salir de vez en vez, pasarla bien, tener un trato cercano, sin involucrarme de lleno en una relación formal, salvo que las circunstancias de estar saliendo nos fueran acercando a ello, sólo si se daba el caso.
En un estado máximo de alteración emocional, le escribí un mensaje del cuál ahora me arrepiento de haber mandado, justamente al mismo momento en que él me había mandado en mensaje, una sensual canción que en absoluto y a la fecha no deja de recordarme ése día que pasé con él. Las comunicaciones se cruzaron, y en mi mensaje fui clara al decirle adiós, para supuestamente, vacunarme contra cualquier posible abandono o daño emocional que pudiera él causarme, tras haberme involucrado demasiado como lo hice.
Todo fue contraproducente, y las cosas se pusieron tensas... muy tensas entre nosotros.
Mi mayor error fue meter sentimientos, fue arrastrar el mal pasado.
Pero en el fondo, entendí finalmente el propósito de Tinder.
Todos buscan algo de ocasión, algo efímero, algo no emocional; a fin de cuentas, puedes tener más de una pareja compatible esperando por ti cuando la actual no resulta útil a tus propósitos o fines.
Posterior a Steve, seguí teniendo activo el perfil de Tinder, y me encontré con cada guapo personaje siendo cada vez más obsceno y descarado en sus intenciones. Lo único que hice de ahí en adelante fue burlarme de ellos, y bajarles el ego para luego bloquearlos. Me harté de Tinder y he decidido cerrarlo, para jamás volver a abrir esa caja de Pandora.
Y heme aquí nuevamente.
Soltera, solitaria, y desmotivada de intentar algo con alguien por otro buen rato, y en definitiva negándome a permitir nuevamente que una app me acerque prospectos por conocer.
Prefiero regresar al tradicional método de conocer gente en vivo, en persona, de manera totalmente azarosa, circunstancial.
Conocer gente a través de apps de citas se equipara a intentar la reproducción asistida o in vitro: te pierdes toda la espontaneidad, toda la diversión, ya que todo es artificial y prefabricado.
Recientemente por cuestiones de trabajo he cambiado de entorno. No me siento ilusionada al respecto, pero veamos qué ocurre en lo sucesivo.
Ya llegará el indicado.
Con todo lo que me ha ocurrido me estoy replanteando: ¿quién es exactamente el indicado? ¿qué es lo que quiero ver en esa persona?
Encontrar a Mr. Right es un reto cada día más complejo de conseguir.
Emma